viernes, 26 de octubre de 2012

EL INVENTO DEL TRAPEADOR


Hace cincuenta años la única forma de limpiar el suelo era de rodillas y paño en mano. La invención del trapeador en 1956 fue una revolución que levantó del suelo a toda una generación.
La idea comenzó a rondar en la mente de un español de la ciudad de Zaragoza, de 42 años, cuyo nombre es Emilio Bellvis Montesa que trabajaba en la base aérea de Valenzuela como responsable de los talleres de reparación y mantenimiento de aviones. Era en el año 1956 que conoce a su socio, Manuel Jalón, con quien llevaría a la realidad la patente del trapeador.
Un curso de aviación en Estados Unidos lleva al capitán Jalón a conocer una nueva forma de limpiar los suelos. Los norteamericanos usaban un cubo con rodillos y una especie de trapeador plano. Piensa que esta idea se puede perfeccionar y establece un vínculo profesional con Emilio Bellvis, quien disponía de una tienda de refacciones de automóviles en Zaragoza .
La trastienda del establecimiento fue local de ensayo del nuevo invento. Allí aprovechan los tornos y bancos de trabajo para fabricar los primeros equipos. Entonces fundan Rodex, la empresa que comercializa el trapeador y que debe su nombre al cubo de rodillos.


Sin embargo, los primeros ejemplares de este invento no fueron los que se conocen hoy día. Algo fallaba con los primeros ensayos, ya que al ser un trapeador plano, los flecos se rompían y los muelles de los rodillos no eran eficaces.
Una noche, Bellvis se despertó sobresaltado con la solución. Se trataba de un embudo troncocónico con resaltes y perforaciones en su superficie, estrecho por debajo y ancho por arriba, y el mecanismo de escurrido mediante retorcido con escoba redonda.
El invento totalmente perfeccionado se presentó en el Registro de la Propiedad Industrial en 1958 bajo el nombre de “nuevo exprimidor de escoba para limpiar suelos”. Rodex se había convertido en sociedad anónima ante la perspectiva de trabajo. Y Bellvis presentó su patente a la empresa para la fabricación en masa de los nuevos limpiasuelos, muy similares a los actuales.
La primera referencia de la prensa de la época sobre el nuevo utensilio de limpieza provienen del extinto periódico “YA” de Madrid en un artículo del 15 de junio de 1958. En éste, el periodista explica que en la Muestra Internacional de Barcelona “se ha presentado una escoba ultramoderna para ser usada por toda la familia –ahora que las tradicionales chachas están en vías de extinción y que los hombres también podríamos utilizar sin avergonzarnos”.

La fabricación de trapeadores ha evolucionado en materiales y formas más sofisticadas, si bien nunca ha perdido su espíritu original. La investigación para la mejora en la higiene y limpieza de los usuarios salvó la empresa textil de una familia de Mataró (Barcelona, España), que hace dos años ideó un nuevo trapeador, más absorbente y duradero gracias a la aplicación de las microfibras de poliéster.
Según Raúl Lianes, uno de los propietarios de MDH Cali, nombre de la empresa, la novedad del nuevo trapeador se encuentra en la materia prima. “Generalmente, los trapeadores están hechos de algodón o de otros tejidos, en cambio el nuestro está hecho de tiras de microfibra de poliéster trenzadas, un producto que cuadriplica la capacidad de absorción de un trapeador común y multiplica por diez o doce su duración”, asevera.
El desarrollo de este particular “electrodoméstico”, ha llevado a curiosos inventores a experimentar con variantes del utensilio. No en vano, el inventor español Jesús Barberá logró en 1994 un premio internacional por la creación de un escurridor automático para trapeadores, denominado “Fregola”.
La “Fregola” fue premiada con la Medalla de Oro en el Salón Mundial de la Invención, y está inducida por un motor electrónico para mopas de fregonas tradicionales. Cuenta con dos versiones: doméstica e industrial.
El mayor interés de su inventor radicaba en evitar luxaciones de muñeca y trastornos en la columna vertebral. Algo que, pasados cincuenta años, ha ido disminuyendo merced a las ávidas mentes que hacen de la limpieza cotidiana de los hogares una labor cada vez menos compleja.

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